Me tocó vivir la transición, y lo hice primero en Valdepeñas y luego en Madrid. Hice pintadas, me manifesté, utilicé la vietnamita para hacer pasquines y octavillas en tiempos que no teníamos ordenadores ni impresoras.
Ya en Madrid corrí delante de grises y de sus porras y hasta
tuve los bemoles de cruzar la plaza de Embajadores con brazalete negro por la
muerte de un estudiante, cuando esta estaba tomada por la policía. Me
increparon y me temblaban las piernas pero adelante.
En alguna carrera nos refugiamos en un bar, donde el camarero
te ponía sobre el mostrador un vaso con un dedo o dos de cerveza.
Aún así siempre tuve el presentimiento de haber contribuido
poco o nada, que la lucha por la democracia ya se fraguó en años anteriores bajo
una dictadura tiránica, y por otros valientes.
Pero hay algo que si recuerdo y muchas veces. Un cartel en
plena transición que decía: “Si has
tomado partido por la justicia, no olvides que la justicia está por encima de
tu partido”.
Con el país sembrado de corrupción y apareciendo un sinvergüenza
cada diez minutos, no tardan en salir en su defensa con uñas y dientes defendiendo
la honorabilidad del sujeto compañeros de partido, a los que les recordaría yo
la frase, claro que si han tomado partido por otra cosa, mejor callarse.
Que un sinvergüenza lo es aquí y en Fernando Poo, y que no
me vale aquello del “hijo puta de los
nuestros”, que dijo Frnklin delano Roosevelt.
Con los pies en el hoy y en horas más que bajas. Asistimos a
la representación de una democracia más que tutelada, vivimos bajo otra
dictadura más que encubierta donde las decisiones se toman vete tú a saber
donde y por quién.
Listas cerradas donde eliges todo o nada. Programas que se
olvidan y se incumplen a los 10 minutos de ganar elecciones que recuerdan aquel
nefasto refrán chascarrillo de “prometer
hasta meter y una vez metido olvidar lo prometido”. ¡Y no pasa nada oiga!
Se nos dice que lo blanco es negro y viceversa y se quedan
tan panchos.
He de confesar que mi patriotismo está bajo mínimos, o más
abajo aún. Que ya la roja y gualda, igual da al que escribe. Y la marcha real
ya ni me pone.
Vivo en un país donde empezando por el jefe del estado bajo
sospecha, y siguiendo por el presidente del gobierno podemos recorrer todo el amplio
espectro para encontrar más de lo mismo, y no pasa nada. Esperan a que escampe
y las aguas vuelvan a sus cauces, o a que se nos pase.
Así cuando los pillan con el carrito del helado, es porque
somos mal pensados y malas personas, y no pasa nada. Y a mi me están entrando
unas ganas de ser ugandés que ni lo cuento, que ya solo siento angustia y asco
cuando desde un sitio u otro se defiende lo indefendible. Me revuelven las
tripas el “tu más” el “anda que tu” y la supuesta honestidad
de un gentuzo que empezando por no dar la cara se parapeta y niega lo más que
evidente, lo que todo el mundo sabe y que unos dicen, otros callan y otros
niegan, estos últimos a sabiendas que mienten.
Pero a mi me queda la pataleta, la rabieta, mi derecho a no
votarlos (cada cuatro años), y algo más hermoso, mucho más. Me queda la
palabra, al igual que a Blas de Otero.
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