Parece que fue ayer, pero ya se pueden contar los lustros con los dedos de una mano. Me cautivó Pamplona aquella primera vez que la pude contemplar apenas pasados “Los Sanfermines”
Tanto fue así, que al año siguiente volví y en sus fechas. Y enfundado en traje blanco y pañuelo rojo, me integré, o más bien me diluí en el paisaje en compañía de este grupo de amigos de mi amigo Carlos.
Fueron dos días intensos, recorrimos el casco una y otra vez, bajamos a las barrakas, volvimos al casco.
Todo empezó con una buena cena en un pueblo cercano a Pamplona, buscando la comodidad y alejados del bullicio. Pero acabada la cena y logrado el milagro de aparcar dos coches en una plaza de garaje, nos enfilamos rumbo a San Nicolás, y calimocho va y viene, y bailes y barrakas, y vueltas a San Nicolás, y a las 5 de la mañana a la taberna de un amigo del amigo de que se yo, a visitarlo porque entraba de guardia de camarero. Y yo que veo un vaso de zurito y con la sed que llevo lo agarro y doy cuenta de él de un trago, y me llevo la sorpresa. Whisky a palo seco y calentito.
Y más bailes, y más barrakas, y más casco viejo, y plaza del Castillo y calimocho, y abrazos y alegría.
Aturdido, impresionado por la gente, la cordialidad, la camarería. Y Consuelo pendiente, ¡Pedro no te pierdas! , Y es que como entonces no había móviles, necesitabas abrir los ojos o una Consuelo que cuidara de ti.
Y llegada la hora del encierro me impresiona la limpieza de las calles y su alcalde Julián Balduz con el capitán de la policía municipal pateando el recorrido del encierro para dar el visto bueno de la pulcritud y limpieza del recorrido.
Y tras el encierro a dormir al piso de Beli, que en esos momentos parecía más el metro de Madrid en hora punta. ¡Que de pueblos y nacionalidades convivimos esa noche en el piso.
Y vuelta a Andosilla, la ribera Navarra, a descansar y a ver el resto de encierros por la tele, por la misma que nos cuentan nos vieron aquella mañana resacosa donde aún no habíamos dormido
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