La chimenea aún sigue pendiente,
lo de la cortina de nudos tiene más historia.
Me llamó tanto la atención que al
decirlo, alguien cercano me comentó que si las vendían pero que la podía hacer
yo y que era fácil, y ahí se quedo la cosa. No olvidada, pero con un run-run de
ida y vuelta.
Hasta que la casualidad quiso que años más tarde, mi madre se pusiera a aprender macramé, y yo la ví. Mi madre me vió las ganas y
me propuso de explicarme los distintos nudos, como así hizo, pero pretendía la
buena señora que hiciera un macetero para soltarme en el aprendizaje, y luego meterme
en fregaos.
Compré los ovillos y como es lógico,
no le hice ni caso, que a uno le pone eso de empezar casas por los tejados, y
me puse manos a la obra con mi cortina.
Colgué en mi galería una bareta
sobre la que trabajar. Diseñé lo que sería el dibujo de la cortina y me puse
manos a la obra a hacer nudos.
Como lo que necesitaba era precisamente
lo que no tenía, tiempo, fui haciendo los nudos en eso que yo llamo mis tiempos
muertos (esos minutos previos a la comida, a la cena, esos minutillos que te
sobran antes que tener que salir etc).
Y así en esos tiempos muertos fui
realizando mi cortina, que como decía mi madre fue “el parto la burra”, que pasó
del año, y no llegó al segundo por el acelerón de última hora.
Eso si, como sobró cuerda, la
empleé en una lámpara, y con lo sobrante, ahora sí, el macetero aquel por el que
decía mi madre que empezara.
Luego habría de llegar una
segunda cortina y ahí se quedó aparcada la labor, que como es lógico algún día
habré de retomar.
Mientras tanto, en mi galería y
año tras año, verano tras verano lucen las dos cortinas de nudos de los tiempos
muertos.
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