Parece que fue ayer cuando
tímidos se acercaban hasta nosotros los primeros atisbos de calor, de verano, y
cuando con la nula o escasa faena del verano aprovechamos para hacer
un listón de cosas pendientes que a la vez de su función práctica nos ayuden a
pasar el rato y entretenernos.
Pues bien, a vísperas de las
fiestas del Cristo, con los niños en la escuela, el calor en el olvido y unos
frescos mañaneros que para si querría diciembre, cruzamos la frontera del ya
pasado verano y en el recuento vemos que nos han faltado horas y ganas o nos ha
sobrado galbana. El caso es que la mitad de la lista sigue intacta.
Y lo peor, es que ahora toca
preparar la lista de buenos propósitos para la nueva temporada.
Es hora de recuento. Y mientras
uno recoloca el armario y lo prepara con las mangas largas y ropa de abrigo
vemos que la mitad de la ropa de verano ni la hemos usado, que hemos hecho
julio y agosto con chanclas y pantalón corto enseñando nalga. Parece como si todo
hubiese pasado raudo y veloz, sin darnos tiempo a saborear, pero el mundo
últimamente es así, que a veces sin salir de Málaga nos adentramos en Malagón.
Y entre el miedo y la
incertidumbre, y algo de rabia e indignación, nos dirigimos a un túnel que se
ve más que negro, donde nos se vislumbra
salida, y además con la idea de que nadie sabe lo que hay que hacer o lo que va
a pasar. ¡Ay quien maneja mi barca…!
¡Stop!, por que al menor atisbo
de desesperanza me acuerdo de las frases de mi madre, ese “de todo se sale”, ese “no
hay mal que cien años dure”, y ya está, ya estoy como nuevo, y si además no
leo periódicos, no veo debates y cambio la tele por la radio y un buen libro,
se ven las cosas de otra manera.
Lo único que lamento es no poder
parar el mundo y apearme, que ya me gustaría.
Sigo añadiendo a la lista del
verano cosas nuevas y a tirar de lista que nunca se acaba, y saboreo este
septiembre que sabe a mosto, huele a uva, parece una cuesta (me río de enero),
y a vivir que son dos días.
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