El 22 de mayo, se celebra el día de Santa Rita,Santa Rita de Casia (1381-1457), bautizada
con el nombre de Margherita Lotti, y seguramente sea la abreviación de
su nombre por lo que se le conoce como Rita. Es una de las santas más populares
de la Iglesia Católica.
En el Campo de Montiel, es Fuenllana quien recibe su
patronazgo, y también su devoción compartida con los demás pueblos de la
comarca, especialmente con Carrizosa, Montiel y Villahermosa, desde donde es costumbre
ir andando hasta Fuenllana para asistir a la misa en honor de la Santa.
Ya mi abuela María, fiel devota de Santa Rita, me hablaba de
la Santa y de su año tras años ir andando hasta Fuenllana por el camino que
sale frente a la Casa Escalera.
Mi abuela me decía que mientras pudo fue andando, después en
burra, y después con la carga de los años y el progreso la llevaba mi padre en
su “Seilla” (SEAT 600).
Desde 2004, el Ayuntamiento de Montiel a través de la
Universidad Popular, viene organizando esa caminata de 13 kilómetros hasta
Fuenllana, para volver, acabada la misa
en autobús.
Yo he participado siempre que he podido, aunque al ser
fechas señaladas, si te cae una invitación a una comunión es fácil que se
fastidie la visita.
Yo contaba este año con hacer la caminata, pero una ciática
a traición estuvo a punto de fastidiarlo, y ya cuando todo parecía presagiar
que si, un extraño cambio de cita de radiografía lo ha hecho imposible.
De todas mis peregrinaciones a Fuenllana, recuerdo
especialmente aquel 22 de mayo de 2004, y no con excesivo cariño precisamente.
En días previos a la cita, no solamente los que íbamos a
caminar estábamos pendiente de la meteorología, también lo estaba media España
y las Casas Reales, pues nos coincidió con la boda de Felipe de Borbón y
Letizia Ortiz.
Como el tiempo estaba algo gallego, y parecía que podía
llover o igual no, pues nos acondicionamos de paraguas y chubasqueros.
La caminata hasta el cortijo de Poli, donde hubo parada para
dar cuenta de bocadillo y refresco fue bien, pero a partir de aquí y enfilando
la cuesta hasta el llano donde ya se vislumbra Fuenllana, el tiempo fue
cambiando por momentos. Las nubes pasaron del gris y celeste al negro y marino
en muy poco tiempo.
Aparecieron las primeras gotas de agua y el viento fuerte,
saqué mi paraguas y se lo llevaba el viento, lo cerré y saqué uno de los dos
chubasqueros que me ofreció mi mujer la noche anterior (yo por discreto y para
pasar desapercibido deseché el amarillo y opte por el azul marino). Horror, era
el chubasquero de mi hijo y no me pasaba del cuello.
Saqué nuevamente el paraguas al menos para taparme la cara. Y
así enfilé el último kilómetro hasta las afueras de Fuenllana.
Tras de mi Conchi, mirando al cielo con las manos extendidas
y renegando de haber hecho caso del consejo de no llevar paraguas “Vaya gana hija mía de cargar con el
paraguas si no va a llover”, le habían dicho.
Nos refugiamos a la entrada del pueblo, donde un señor nos
abrió su casa y nos ofreció cobijo. Al escampar nos adentramos al pueblo donde
nos esperaban mujeres de la hermandad con café caliente y pastas, que detalle y
con que cariño nos trataron.
En u rincón me senté, me descalcé, retorcí mis calcetines y vi
como caía el agua como cuando mi madre hacía la colada en aquellos barreños de
antaño, me volví a poner el calcetín, y seguimos con el programa previsto.
En fin, estas anécdotas y malos momentos son lo que nos dan
vida y los que verdaderamente se recuerdan en el devenir de los tiempos,
esbozando una sonrisa mientras se cuentan.
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