Siendo yo pequeño, mi padre me contaba la historia de un señor que iba a la feria a vender, y que sentado en su carro y camino de la feria se entretenía en espachurrar higos y tirarlos al culo de la borrica que tiraba del carro. ¡Cómo si el animal no tuviera bastante con tirar del carro para encima aguantar la guasa!
Las ventas se dieron mal, y de vuelta a su casa, el hambre canina hacía que el hombre fuera recogiendo los higos que tiró a la ida.
Mi padre gesticulaba como si tuviese el higo en la mano, y mirando “el higo virtual” decía: “este no le dio”, y a la boca, “este le pasó rozando” y a la boca, “este le dio un poquito”, y llegando ya al pueblo el protagonista del cuento, con más hambre que los pavos del tío Manolo “este le dio, pero no pasa na” engullía el higo.
La risa escatológica se apoderaba de mí desde el minuto uno, y pedía a mi padre una y otra vez que repitiese la historia.
Era el momento que mi padre aprovechaba para contarme la moraleja: “Si derrochamos en tiempo de bonanza, nos lamentaremos en épocas de vacas flacas”, y de ahí al cuento de la cigarra y la hormiga va un paso, y también me lo contaba.
Años más tarde, y de adolescente, la historia me la contó mi abuela. Callé y fingí ser la primera vez que oía el relato. Reí y presté atención a la moraleja.
Y he trasmitido el cuento a mis hijos. Una verdadera lección de sabiduría popular que no se puede olvidar.
Al fin y al cabo la vida son ciclos, y ahora nos estamos comiendo los higos. Vendrán tiempos mejores y convendrá recordar la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario