Motivos familiares me llevan de nuevo a Madrid, fue el
pasado sábado. Volví a ese Madrid en el que antaño añoraba tanto que siempre
andaba inventando viajes para volver.
Y vuelvo después de muchos años, tantos que ya me da hasta
algo de vergüenza decirlo.
El viaje es cómodo hasta el puente de los caballitos que yo
le llamo, ya a una docena de kilómetros de la capital. Allí empieza el lío y
los carriles. A veces dos ojos parecen pocos para controlar tanto, pero uno
llega a destino y aparca aliviado.
Y justo al entrar al salón de mi hermano se produce el
reencuentro de ese cuadro que ya ni me acordaba que pinté.
Se trata de una vista desde el colegio con Iglesia y
Castillo al fondo, y en primer plano el corralón hoy urbanizado.
¡Que recuerdos las de aquellos cortos y pocos años!, porque
fue poco el tiempo que me dediqué a pintar. Nunca lo había hecho, fue un
pronto. Al final un puñado de cuadros desperdigados en paredes de salones y
pasillos propios y de familia y amigos.
Le doy vueltas a la cabeza y es fácil que retome la
actividad, una actividad más que agradecida y relajante.
Mientras tanto, saco de la carpeta baúl de los tiempos
algunas de aquellas pinturas con las que me inicié. Casi siempre paisajes y del
entorno.
Vuelvo de Madrid con el deseo de que no pase tanto para mi
vuelta y de que la vuelta a la pintura no se haga esperar.
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