Pasada la Nochevieja y con ella
la última cena, el último empacho, y con la mirada puesta en las venideras
ensaladas de lechuga y en la vuelta a la racionalidad, siempre me ha gustado
pararme un rato a pensar si esta Nochevieja pasada ha supuesto una mejora
respecto a las anteriores.
Y siempre podemos llegar a la
misma conclusión: muchas Nochebuenas y muchas Noches Viejas, pero son apenas un
puñado las gloriosas, las que perduran, las difíciles de batir y de olvidar.
Y una de esas es la que quiero
recordar y compartir, aquella nochevieja en que se me pasó por la cabeza
colaborar en la cena con un pavo relleno.
La ocasión venía que ni pintada
para inaugurar el horno de la nueva cocina de la suegra que le habían instalado
apenas unos días antes.
Para ello planificamos la
preparación, y a la hora prevista bajé a ver a la suegra tal y como habíamos
quedado, y su cara era todo un poema.
PRIMER CONTRATIEMPO:
Había mandado la buena mujer a
comprar al suegro, y ante la pregunta del carnicero “le troceo el pavo” este respondió que sí. Y en cuatro partes quedó
troceado.
Mal comienzo para un pavo
relleno, pero como siempre hay un plan B, pedí a mi suegra hilo de atar los chorizos y una aguja
de esa grandes.
Pasado un buen rato acabó mi
reconstrucción del pavo, al que no hubiera reconocido ni el carnicero que lo
partió.
SEGUNDO CONTRATIEMPO:
Con el pavo listo y en el horno,
comprobamos con estupor que este apenas calienta, pero aún así como quedaba
mucho tiempo para la cena lo dejamos en el horno mientras preparamos los
aperitivos.
Y pasa el tiempo inexorable, pero
el pavo ni se inmuta.
Así que tomamos la decisión de
llevar el pavo a casa de la cuñada y dejarlo para que se hiciera por que la
hora se nos venía encima.
Y ahí comienzan los dilemas
¿Dejamos el pavo sólo en un horno a medio kilómetro de nosotros mientras
tomamos los aperitivos? Los cuñados dicen que no.
Y menuda cena de familia, con la
parejita contemplando el horno y el contenido mientras el resto de la familia
se está poniendo tibio de delicateses.
Mientras tanto no paramos de
cruzar llamadas preguntando por el animal y su estado.
- Parece que ya va estando…
- Pues veniros y traerlo que se termine de hacer aquí.
Volvemos a colocar el ave en el
horno de la suegra y pasamos de tomar el aperitivo a cenárnoslo, ante la
sospecha más que palpable de que la cosa
pinta muy malamente.
Es cuando se arranca la otra
cuñada y decide llevarse el pavo nuevamente otro ratillo a su horno para darle
el toque de gracia.
Y vuelta a empezar con las
llamadas
- ¿Cómo va?
- Pues ya casi
- Pues veniros
Total, que a lo tonto, con el
pavo paseado de horno en horno, y ya iban tres, ya nos habíamos cenado todos
los aperitivos y procedimos a tomarnos
las uvas porque en los pocos minutos que restaban para el año nuevo no nos daba
tiempo a deleitarnos con el pavo relleno.
Y después de las uvas nos pusimos
morados de turrones y mazapanes.
¿Y el pavo? Pues se quedó en su
bandeja, con la idea de recalentar para la comida del día de año
nuevo, a lo que yo no podría asistir porque había quedado co mi familia de
antemano.
A la tarde del día 1 y sin
quitarnos de la cabeza las aventuras y desventuras del pavo paseado, bajamos a
interesarnos por su estado y sabor, y albergando el que escribe la esperanza que me hubiesen dejado un plato para probarlo.
Pues bien, según nos dijeron, el
pavo exquisito, y de lo único que sobró, huesos y pellejos dio cuenta Mora (la
perra). Parece ser que con la obsesión por probarlo se les olvidó dejar una
muestra para el autor de la receta.
Y aunque fue grande la decepción,
hasta la fecha, y ya han pasado años, no se nos ha vuelto a ocurrir preparar
otro pavo. En años venideros volvimos a las socorridas chuletas o los pescados.
Si que lamento que no quedara
constancia gráfica, tan aficionado como soy yo a la imagen, porque seria digno
de ver las caras de circunstancias que yo bien recuerdo.
que delicia!!!
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